lunes, 21 de septiembre de 2015

MI ÚLTIMO ABRAZO PARA JULIÁN

Sábado por la noche. Utebo, Zaragoza. Nos están retirando el segundo plato de la cena en el Hotel Europa. Hace apenas hora y media que hemos llegado tras un largo viaje en autocar desde Barcelona, como los que tú te pegabas con tu equipo, como tantas y tantas veces nos habías contado a los que tuvimos la suerte de conocerte más allá de los banquillos y vestuarios.

Suena el teléfono de nuestro delegado, José Picó. Mensaje. El peor de todos los mensajes recibidos nunca. Ha fallecido Julián Ronda en un partido de veteranos. Lo primero que te viene a la mente es: no es posible. Te quedas paralizado durante segundos, sin saber cómo reaccionar. Cuando al fin lo haces, revisas el mensaje. Pero al mensaje inicial, le sigue una cadena de ellos, cada vez con más detalles: ha sido en un triangular con los veteranos del Mallorca, en el colegio Agora Portals... Donde yo trabajo...

A partir de ahí, el móvil comienza a echar humo: revisas twitter y facebook y ves infinidad de mensajes de ánimo, incredulidad, lamento, impotencia, rabia... Intento compartir todas las noticias que voy viendo a fin de que compañeros y amigos puedan enterarse. Algunos, como Laucha, se entera desde Argentina. Toni desde Londres. James desde Madrid...

Me levanto de la mesa y dejo al cuerpo técnico y a los chavales del SanFran acabando el postre. Recuerdo que era el postre porque solo tengo recuerdo de haberme comido primer y segundo plato. Hay un lapso de tiempo, quizás de una hora, en la que no soy consciente de las decisiones que tomo, del tiempo que pasa, de lo que digo o hago, como si fuese con el piloto automático. Lo sé porque horas después, reviso una a una las conversaciones que he tenido, como si no me lo creyera. No me lo creo.

Lo primero que hago es llamar a casa, para avisar a mi familia. Julián fue entrenador mío en Felanitx y Calviá y le guardábamos un cariño especial, por ser hombre de fútbol y conocido de los míos. Mi padre no contesta. Pruebo con mi madre. No da crédito. De inmediato coge el teléfono mi padre. Hablamos. Mientras, voy recibiendo notificaciones de las diferentes redes sociales, la noticia se está expandiendo. Le escribo a mi hermano. No lo ve hasta pasadas unas horas. 

¿Cuándo jugaba el Alaró? ¿Se habrán enterado ya sus jugadores y amigos? ¿Y mis compañeros del colegio?... Informo a varios profesores por si estaban presentes y se confirman todas las dudas. No han podido hacer nada... Y lo han intentado todo.

Entonces recibo la llamada de Vicente, el que fuera su segundo en Calviá. Destrozado. Incrédulo. Hablamos. Lo consuelo. Me consuela. No hay consuelo.  Lo intentamos. Logró hablar con varios compañeros de aquel mítico equipo que formamos en Felanitx. No mítico por los resultados deportivos. Mítico porque serán temporadas que no olvidaremos y amigos que tendremos para siempre. De los de verdad. De los que solo deja el fútbol. Como tú, Julián. Pero la noticia me abruma tanto que no soy capaz de difundirla más. Me hace daño hacerlo. Entonces pienso en su familia. ¡Mierda, Sergio!

[...]

Domingo por la mañana, no he dormido mal, pese a hacerlo en un hotel a muchos kilómetros de casa, pese a que mis hijas no me hayan despertado por la noche. Pero son las 6 y ya no puedo cerrar los ojos. Después de una hora torturándome, decido salir a correr para despejarme. Peor todavía. Casi no noto el frío y el viento que hace cuando ni siquiera ha salido el sol. Cada paso que doy es un recuerdo. Cada recuerdo, una lágrima.

Vuelvo al hotel, rápido para poder ducharme y bajar al desayuno puntual con el equipo. En dos horas jugamos un importante y bonito partido, de esos que a ti te gustaban, contra el Real Zaragoza. Me prometo no mirar el móvil para no desconcentrarme más. Misión imposible. Más mensajes, noticias ampliadas, difusión total por la comunidad deportiva balear...

Nos subimos al autocar y es entonces cuando llega el bajón. Recuerdo aquel Calviá-Pollença, en el que a todos se nos encogió el corazón y en el que se rozó la tragedia. Mediada la segunda parte, creo que con el 0-0 en el marcador (porque de ese día lo he olvidado casi todo), cambio de orientación desde la banda derecha del rival a la espalda de nuestra defensa. El balón va demasiado largo, pasando por encima de Fede, nuestro central. Es de esos balones que hacen daño a las defensas. Pero su punta no puede llegar. Con el rabillo del ojo, yo he visto que el banda izquierda tenía la intención de cazarlo, así que salgo a su encuentro para atajar el balón en el pico del área.

En ese preciso momento noto un golpe fuerte en mi rodilla derecha que me desequilibra, caigo y pierdo de vista balón, compañeros y rivales... Fue como si me hubiera atropellado un coche. Recuerdo el silencio. Me retuerzo de dolor en el suelo y miro atrás para ver contra quién he chocado. Es Gabi, mi lateral derecho. Está en el suelo, quieto. Bocabajo. Me levanto, ya sin dolor alguno y corro hacia él. Cuando llego, está inconsciente. Poco más recuerdo por mi mismo. A partir de ahí, todo lo que me han contado... Contamos en el equipo con varios compañeros que han sido socorristas o tienen nociones de primeros auxilios y hacen lo imposible para que Gabi no nos deje. Viene una ambulancia. Nos vamos al hospital. El partido no se reanudará nunca. 

Sí que recuerdo romper a llorar. Sentirme culpable. Recuerdo a la novia de Gabi, destrozada. A la mía, asustada. A mis padres, compañeros, rivales, árbitros...  El entrenador del Pollença es Tolo, me conoce desde que nací. Se acerca a consolarme. No puede. Jona, juez de línea y amigo, también lo intenta. Julián también viene. Pero no hay consuelo.

Al día siguiente, domingo, yo voy en muletas, pero Gabi está en la UCI. Estable. Esa misma tarde, me llaman de la radio, durante el descanso del partido del RCD Mallorca en una tertulia en la que participaba Julián y en la que ha contado la historia. Llaman para que cuente de primera mano lo que recuerdo. Lo hago. Y Julián me anima. Él sabe que lo necesitaba pese a haber sido un accidente porque esa misma mañana habíamos hablado y le dije: "... O vuelvo a jugar rápido o le cojo pánico y no juego más...".

Lunes por la noche. Primer entreno de la semana con el equipo todavía conmocionado. La temporada no ha acabado y no tenemos la salvación sellada. Julián me dice que me necesita y yo le pido (aun sabiendo que es injusto y egoísta), no entrenar en toda la semana, recuperarme como buenamente pueda y jugar el siguiente partido en s'Horta, rival siempre complicado y poderoso. 

Llega el domingo y sin haber hablado más, él, me hace un regalo. Salgo de inicio. Nunca había visto a un equipo tan pendiente de un jugador como aquel día mis compañeros de mi. Perdimos el partido, creo que 3-1. Pero recuerdo que me prometí que saldría con todas mis fuerzas a por el primer balón centrado durante el partido. No tuve que esperar mucho. Lo hice, lo atajé, miré al banquillo y me devolvieron un gesto de aprobación. Un gesto de tranquilidad y confianza.

[...]

Pocas semanas después, en casa, ante el Murense, y a pocas jornadas de finalizar la liga, sellamos la salvación en uno de esos partidos en los que no sabes muy bien cómo pero mantienes portería a 0 pese a las numerosas envestidas de un rival que se jugaba meterse en liguilla. Logras que el equipo empate. Paras todo lo parable y más. Y consigues el ansiado objetivo. Con el pitido final, Julián, entra al campo y me abraza y me da las gracias. Yo le digo que no, que el que da las gracias a él soy yo por lo que hizo semanas atrás.

Recuerdo su sonrisa y su mano sobre mi hombro.

¡Gracias por todo, míster! ¡Gracias por tanto, AMIGO!

PD: Con todo el cariño del mundo para los familiares y amigos más cercanos de Julián Ronda, DEP.

Miguel Mayans Magaña

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